Sunday, July 26, 2009

ilusiones

Si lo miraba demasiado fijo a los ojos se ponía nervioso y empezaba a tartamudear. Tenía esa costumbre de mirar para otro lado que a mí me irritaba mucho.
Podemos decir con cierto grado de verdad que era un buen tipo, se preocupaba por los que lo rodeaban, casi siempre simpático y agradable.Tal vez sufría mucho por eso, tal vez se esforzaba para mantener esa apariencia tan calma y tranquilizadora.
No tengo de él más recuerdos que los sumados en unas cuantas tardes de mate, por el año 98, en un pequeño cuartito que hacía de oficina del club en el que trabajaba. Nos demorábamos largas horas conversando sobre cosas importantes para nosotros. Una de esas extrañas amistades de la adolescencia en las que uno es capaz de contarlo todo, hasta los más íntimos y vergonzosos detalles, a un desconocido. Luego, como suele suceder, no lo vi más. Me fui del pueblo y la vida arrancó para otro lado.
Me sorprendió la noticia de su muerte. A los 35 años, estaba pescando en el Río Paraná y de forma inexplicable cayó al agua y se ahogó. Sabía nadar y estaba solo. Encontraron la lancha con todas las cosas intactas dentro y a él encallado en una orilla del Paraná flotando boca abajo, dos días después de su partida. Nadie pensó en el suicidio, y yo tampoco lo creí.
El caso es que, pasada la sorpresa inicial y la triste angustia de sabernos mortales que al principio nos embarga al enterarnos de cualquier muerte, yo había desplazado esas ideas de mi cabeza, había dejado de pensar en él. Me pareció un poco extraño cuando una noche soñé que venía a hablar conmigo, pero no le di mayor importancia: la mente es rara y no domino sus códigos secretos. Pero después de eso, de aquel sueño inconsistente en el que solamente me saludaba y respondía con una mueca desagradable a mi cara de perplejidad, después de eso, lo vi. Lo vi de día, estando yo despierta y sin sustancias tóxicas encima. Lo vi en la calle Corrientes. Yo caminaba distraída y él me chocó el hombro. Mi primer impulso, bruscamente reprimido, fue el de saludarlo. El segundo, ignorarlo y pensar (aunque sabía que no era cierto) que me había equivocado.
Dos días más tarde vino a mi casa o, mejor dicho, estaba ahí cuando me levanté, sentado en la cocina, tomando mate con la pava, sin poner el agua en el termo, como era su costumbre. Mirando la mesa, con los ojos tristes.
Me asusté. Me miró y no me dijo nada, me ofreció un mate; "amargo", dijo.
Me quedé mirándolo y, como no agarré el mate, se lo tomó él. No me hablaba, tenía una profunda expresión de tristeza.
-¿Qué pasó?- atiné a decir, sintiéndome una loca porque estaba hablando con un muerto. Mi cabeza se negaba a validar lo que mis ojos veían.
-Me caí- dijo en un suspiro. -Como un boludo. Me caí y me golpeé la cabeza con la lancha. Mirá vos que muerte pelotuda.
-Hay peores- dije yo, tratando de aliviar la tensión.
Me miró con bronca, casi. Supongo que no esperaba semejante estupidez y frivolidad de parte mía. Creo que intentó dialogar conmigo, pero yo estaba demasiado sorprendida y no podía responderle. Al final me dijo:-Me siento solo. Nadie me quiere hablar, se quedan como vos, con esa cara de espanto.
-Como si estuvieran viendo a un muerto- dije yo, desatinadamente otra vez. Volvió a mirarme con los ojos tristes y llenos de odio y, finalmente, se fue.
Tal vez si todo hubiese terminado ahí, si solo hubiese habido aquel extraño sueño y aquel extraño encuentro en la cocina, si todo se hubiese limitado a unas pocas palabras entrecruzadas con timidez y a unas cuantas miradas de miedo y de odio, tal vez mi escéptica mente habría encontrado alguna rara y poco convincente explicación que con el tiempo y las naturales ayudas de la memoria (o de la falta de ella) habría terminado por ser muy convincente, hasta convertirse luego en absolutamente verdadera. Pero la cosa acababa de empezar y por más que al principio me desvelaba buscando explicaciones racionales, gastara sueldos en psicólogos y psiquiatras y hasta empezara a dudar de mi salud mental, al cabo de un tiempo terminé por aceptarlo como a una realidad. Durante los primeros tiempos y encuentros la cosa me molestaba simplemente por el hecho intelectual: los fantasmas no existían, el alma no volvía de la muerte y no era posible que yo mantuviera diálogos y hasta tomara mate amargo con un muerto. Pero el asunto fue empeorando cuando el espíritu (no sé como llamarlo) empezó a tomar confianza y se iba metiendo cada vez más en mi vida, hasta llegar al punto de no dejarme respirar. Cada mañana me esperaba en la cocina, sentado con la pava y sus ojos tristes, y cada mañana conversábamos de algo. Durante dos o tres meses sus visitas se limitaron a una al día. Yo intenté varias técnicas para que se fuera. La primera fue, por supuesto, ignorarlo. Todavía pensaba que era una cosa de mi mente cansada y aburrida, y hacía de cuenta que no lo estaba viendo ni escuchando. Tuve que cambiar mi habitual mate matutino por café, porque él utilizaba indefectiblemente la pava y el matecito de calabaza.
Él se adaptaba a mi reacción. Levantaba levemente los hombros y murmuraba "si no me querés ver..." y no me dirigía más la palabra. Al día siguiente otro "buenas" y otra vez la misma escena. Un día me cansé y me dije a mí misma: "sea o no sea una alucinación, no podés dejar que te modifique la vida. Pedile el mate". Así que entré decidida a la cocina y a su "buenas" respondí: "Mirá, veo que, no sé por qué razón, no vas a irte de mi casa. Ok. Pero te pido que de 8 a 9 me dejes el mate libre". Me miró con una expresión de burla tan típicamente suya y se rió con tantas ganas que me hizo reír a mí también. Me ofreció el mate lleno diciendo "yo te cebo". Habíamos vuelto a ser amigos. Igual que en aquella adolescencia perdida no hacía tanto tiempo, volvimos a confesarnos cosas inconfesables y a compartir íntimos y vergonzosos secretos.
Por un tiempo mantuvimos una especie de equilibrio, cada mañana en la cocina de mi casa nos dedicábamos una hora u hora y media de conversación y consuelo. Hasta ese momento nunca había excedido ese tácito límite territorial que era la cocina. Pero un día me vino a despertar. "Pensé que si te lo traía a la cama..." dijo extendiendo la calabacita humeante. Otra vez me invadió la sensación de los primeros días, me sentía espiada, rara, loca. Como no tomé el mate, se lo tomó él mientras me decía "vestite tranquila, yo estoy muerto". Agarré la ropa y me fui a vestir al baño, aunque en el fondo sospechaba que él podría entrar si quisiera y que no era por voyeurismo que había entrado a mi habitación.
Por ese tiempo, nada me cuesta admitirlo, estaba pasando por un tranquilo período en cuanto a lo que a vida sexual respecta, por no decir que andaba de malas y que los encuentros íntimos se sucedían a intervalos de tiempo bastante espaciados entre sí. Así que una noche muy despreocupadamente fui a mi casa después de haber tomado varias cervezas y una botella de vino tinto con un compañero del trabajo que desde hacía un tiempo me miraba con ojos insinuantes, sin acordarme siquiera de mi extraño compañero de departamento.
Estábamos en lo mejor cuando lo veo pararse en la puerta de la habitación, cargando en sus brazos la ropa que habíamos dejado desparramada por toda la casa y mirándome, con actitud altamente reprobatoria. "Ya vamos a hablar de esto", dijo mientras daba media vuelta y se alejaba indignado hacia la cocina. De más está decir que mi noche de amor se vio frustrada y que tuve que usar todos los artilugios de mi imaginación para justificar tan repentino enfriamiento de la cosa, seguido de un "quiero estar sola" y fugaz despedida en la puerta del ascensor. Volví a entrar hecha una fiera, dispuesta a decirle a ese fantasma todo lo que pensaba de él y a exigirle que abandonara mi casa y ese hábito de charlar conmigo que había adquirido desde su muerte. 
Abrí la puerta de la cocina golpeándola contra la pared y lo busqué con la mirada, pero no estaba. La pava y el mate guardados en su lugar y ningún espíritu esperándome para charlar.
Lo busqué por el resto de la casa, y nada. Parada en el medio del living le grité "¡Vení, maricón!", pero nada. Probé diciéndole "fantasma", porque sabía que eso lo hería profundamente, pero no hubo caso.
Me fui a dormir muy enojada, pensando "ya va a volver. ¡Ya va a ver cuando vuelva!". Pero no volvió. Lo esperé días, semanas, meses enteros. Cada mañana entraba en la cocina y miraba su silla. Le pedí perdón, le dije que ya no estaba enojada, que él había tenido razón en enojarse, hasta le dije que no era un fantasma, que no lo era para mí.Le pedí que volviera, una y mil veces. Creo que algunos días lloré por su ausencia, por no saber adónde había ido ni qué había sido de él. Hasta que, lentamente, volví a acostumbrarme. Como al principio tuve que acostumbrarme a su presencia, aceptar su existencia antes que nada y convencerme de que no era un sueño. Otra vez un largo proceso de prueba y error y de angustia y desesperación.
Y aunque esto que digo pueda sonar un poco extraño, la primera vez fue más sencilla. Fue mucho más fácil para mí aceptar a un fantasma en mi casa que admitir que se había ido para siempre.

7 comments:

El Fantasma said...

Muy bueno, me gusto mucho.

Lo unico, me parece que se te escapo el italianismo del galicismo: es 'voyeurismo'.

rs said...

Uh! Gracias. Ahorita lo corrijo.

rs said...

jajaja
Gracias Fer!!
Menos mal que no te pusiste a desglozarlo y a pensar "qué habrá querido decir acá"??

rs said...

jajaja
No esperaba otra cosa de vos ;)
Zaludos.

Anonymous said...

uuuuaaaaaauuuuuuuuuuu

Negro said...

Como suele pasar en el "mundo bog", llegué a este sitio a través de un enlace colocado en otro blog. La mayoría de las veces uno encuentra artículos que no merecen demasiada importancia (al menos para mí). Pero en ésta rara ocasión disfruté de un artículo realmente hermoso. Y a razón de eso te dejo mis felicitaciones por tu marivillosa obra de arte.

rs said...

Muchas gracias señor Negro, y bienvenido al blog :)