Monday, October 16, 2006

desierto

Como dos granos de arena que, por fatal casualidad, se chocan en una tormenta en el desierto, nos encontramos. Nos rozamos y bailamos, y subimos y bajamos al compás de la tormenta, y fuimos felices. Fuimos dueños y esclavos de un momento de total felicidad, y el resto del desierto y los demás granos de arena fueron nada, fueron ajenos.
Después el viento con su furiosa rabia resentida, el viento que hubiera querido ser brisa para acariciarnos y llevarnos, el mismo viento salvaje que nos había juntado, nos separó, y nos depositó en partes lejanas del anónimo desierto, mezclados entre millones y millones de iguales a nosotros.
Mientras tanto vos seguías haciendo graciosas piruetas empujado por la brisa, estarías disfrutando de momentos como el nuestro, estarías viviendo tu presente sin acordarte de mí ni de la tormenta.
Y es insoportable saberlo. Es insoportable saberse un grano de arena en el desierto. Saber que alguna vez otra fatal casualidad podría volver a chocarnos en el aire y que otra vez recorreríamos juntos la tormenta. Y es insoportable saber que otras tormentas nos van a separar más y más, hasta que ya no formaremos parte del mismo anónimo desierto. Y tal vez (ojalá), yo sea lecho del mar cálido y transparente, y pueda sentirme arrastrada por el agua y observada por peces y por algas. Y tal vez (ojalá), en esa extraña y nueva y resignada felicidad de lecho de mar te olvide, y me olvide del viento y del desierto, y de la fatal casualidad de la tormenta. Y tal vez (ojalá), seré feliz sin vos.

despedida

Virginia miraba la puerta y esperaba. Sabía que él se iba a ir en cualquier momento, pero no quería preguntarle nada, por miedo. Tenía el cigarrillo en la mano y fumaba nerviosa, tiraba el humo para arriba y las lágrimas le mojaban las mejillas. Pensaba que todo esto podría no haber pasado, sin embargo estaba pasando.
Sin querer volteó la cabeza y vio el balcón, con las macetas desordenadas y llenas de plantas. Pensó que tenía que regarlas. Pensó que la hiedra tenía hormigas. Pensó en matar las cochinillas. Él pasó al lado suyo y la rozó sin querer con el bolso, pero no le dijo nada. Ella le preguntó: “¿Ya te vas?” y él le dijo “Sí”.
Y esa fue la despedida.

otro

Empiezo a escribir y pienso que ya no puedo escribir nada. Que tal vez nunca pude escribir nada. Que debería dejarme llevar por lo que siento y escribir en el papel mis ganas de llorar. Que no debería pensar en lo que escribo y dejar que los dedos se muevan y fluyan las palabras, sin pararme a mirarlas, sin analizarlas. Entonces me esfuerzo en sentir y siento vacío, siento oscuro, siento ausencia. Siento llanto y lloro, pero no puedo escribirlo. ¿Más palabras? ¿Qué palabras? Te extraño. Eso es todo.

Sunday, October 15, 2006

fotógrafo

Salí de casa con mi camarita colgada del cuello, una Canon F1 que me regaló mi papá, y a él el suyo, creo que en el '72, y no sé cuánto la había pagado, pero mucho. Esa cámara fue siempre un símbolo en nuestra familia, que nos recordaba la pasión por las fotos que empezó con mi abuelo y (lo digo con un poco de vergüenza) terminó conmigo. Pero ese es otro tema. Mi papá, cuando vio que yo me estaba tomando en serio esto de la fotografía, me la regaló a pacto de que nunca “perdiera de vista el objetivo”. Si me viera ahora tal vez estaría muy avergonzado de mi, pero ese también es otro tema.
Era mayo del '98, y hacía mucho frío en Buenos Aires. A mi me gustaba por esa época salir a caminar por Recoleta, pararme en la esquina de Guido y Quintana y mirar. Me gustaba fotografiar a algún linyera que pasaba, me gustaba el contraste que hacia con toda esa gente linda y bien vestida, me gustaba la cara de las señoras que lo miraban asustadas, me gustaba la indiferencia del linyera, me gustaba su ropa sucia y andrajosa, me gustaba que él no me mirara cuando le sacaba fotos, me gustaba el lujo de los autos y el linyera que pedía una moneda o un poco de pan. Yo le sacaba fotos, muchas fotos, y después le daba una moneda y me iba. Me volvía a mi casa modesta,
cómoda y cálida, dónde comía un plato de comida que yo me preparaba, rico y caliente, y me olvidaba del linyera, y de Recoleta, y de las señoras asustadas.
Después revelaba las fotos, días después, o al otro día, pero ya no sentía esa frenética sensación que me poseía mientras las estaba sacando , esa sensación que tanto se parecía al orgasmo. Tal vez lo era, ya no lo recuerdo. Revelaba las fotos y las ordenaba por fecha y por tema, como me había enseñado mi profesor tantos años atrás, en Córdoba. Porque después, decía, si uno no se ordena, no es posible encontrar lo que se busca entre un mar de fotos. Y ordenar los negativos es también muy importante, decía, y guardarlos como se debe para que no se echen a perder. Yo siempre fui un buen alumno, y le hacía caso. Y una vez que tenía todo archivad
o y ordenado, me iba otra vez a caminar por Recoleta, a buscar a otro linyera y a otras señoras asustadas, tal vez otra esquina.
En eso andaba un día cuando de un auto negro que estaba estacionado se bajó una rubia. Yo, con mis jeans sucios y gastados, mis zapatillas de lona rotas, mi pelo largo y desalineado, nunca hubiera pretendido que me mire, pero no podía despegarle los ojos de encima. Tan linda era, tan intrigante. Tenia puesto también ella un jean, pero no era como el mío, se notaba a la distancia. Un jean que le dejaba ver perfecto el culo, un culo perfecto. Tenía un pullover negro y arriba una campera beige, corta. Una bufanda negra, un sombrero negro, guantes de lana negros. Botas negras. El pelo rubio le caía sobre los hombros, sobre la bufanda, un poco en la cara. Las cejas espesas enmarcaban una mirada profunda, unos ojos también negros, negros y punzantes, que preguntaban cosas, que hablaban por si solos.
Yo me quede mirándola, con la cámara en la mano, y ella paso a mi lado y se giró. Y me miró. Y me dijo: “¿Sos fotógrafo vos?” A mi se me heló la sangre, dudé si era fotógrafo, si era alguien, y después de un instante le conteste que sí, que era fotógrafo, que me gustaba mucho sacar fotos así, de la gente que se dejaba fotografiar pero que no posaba, de la gente real, del mundo, de los contrastes, de Recoleta y los linyeras, de las señoras que se asustaban, de lo espontáneo, tratar de capturar lo efímero, tratar de estampar lo inestampable, el sentimiento del linyera, el asco de la señora asustada, la indiferencia del resto de la gente. Así hablé, y hablé y hablé, y quién sabe que más le dije, porque mientras ella me miraba y se reía, o fruncía las cejas hermosas y asentía con la cabeza, mientras le miraba el pelo rubio que ondeaba cuando ella se movía, las palabras me salían solas de la boca como un rio, y yo quería seguir hablando para que no se fuera y para no tener que dejar de mirarla nunca. Después de un rato, me dijo que ella era modelo y que estaba buscando un fotógrafo. Con el suyo se había peleado, supe después; porque era un puto histérico, supe después. Entonces le dije que yo nunca había hecho una foto en un estudio, a una modelo, pero que la técnica la sabía, claro que sí, yo estudié fotografía muchos años, soy un fotógrafo, pero que me faltaba la experiencia. Y ella me dijo que probemos, que le gustaba como encaraba yo el tema de las fotos, que necesitaba ella también un poco de frescura y de espontaneidad, que por qué no iba con ella y hablabamos con el manager así nos conocíamos y veíamos qué nos parecía. Y yo fui. Y hablé. Y después hicimos pruebas, que salieron bárbaras porque soy un gran fotógrafo. Y después dejamos de hacer pruebas y nos pusimos a trabajar en serio. Y las fotos se vendieron. Y vinieron más clientes. Y seguí vendiendo fotos. Y me mudé de mi casa cómoda y cálida a un gran departamento que compré justo en la esquina de Guido y Quintana. Y dejé de cocinar ricos platos de comida caliente porque casi nunca estoy en casa a la hora de comer. Y el linyera está siempre en la vereda, pero la verdad que ni lo miro.
Resultó ser que la rubia se llamaba Brenda, y era una modelo ultra conocida. ¡Que iba a saber yo de modelos! Jamás vi una revista de modas... Brenda se encariñó conmigo y además le gustaba como trabajábamos juntos, porque, la verdad, nos divertíamos mucho. Así que me llevaba siempre en sus viajes y decía que yo era SU fotógrafo, aunque en realidad yo trabajaba con un montón más de modelos. Puse mi estudio y me iba muy bien, además de ganar mucha plata me cogía a todas las modelos que podía, y había ascendido notablemente en la escala social. Deje de usar jeans sucios y gastados, empecé a usar jeans que parecían sucios y gastados, pero me costaban mucho más caros que los otros. Cambié mis fiestas con amigos por grandes fiestas de amigos de amigos de amigos,
el porro por la merca, las caminatas por un Porche negro, al linyera por modelos y a las señoras asustadas también por modelos. Todas hermosas, pero ninguna, nunca, causó en mi el impacto que había causado Brenda la primera vez que la vi bajando de ese auto. Ni siquiera la misma Brenda.
Yo me sentía cómodo con ella, porque tenía ese nosequé que tienen algunas mujeres, y esos ojos... a veces, cuando cenábamos juntos en mi casa y no estábamos trabajando, le pedía por favor que me deje fotografiarle los ojos, la mirada, porque me parecía que a través de los ojos podía verla entera, toda ella, desnuda o desde adentro, como yo quisiera. Pero ella se reía y nunca me dejaba, me decía obsesivo y cambiaba de tema.
Sentía por ella un afecto que no sentía por las demás, tal vez por eso nunca cogimos, quién sabe, o tal vez porque yo a ella no le gustaba, y porque ella sabía que en realidad, aunque ahora pocos lo supieran o fingieran no saberlo, yo era un don nadie que sacaba fotos por la calle.
Por eso me dio mucha bronca cuando un día me dijo que no podía venir a cenar conmigo. ¿No podés? Le dije yo haciéndome el preocupado, ¿te pasa algo? No, negri, no es nada, dijo ella, tengo una reunión muy importante y no quiero faltar. Nuestras reuniones son muy importantes, dije yo acentuando el "son" y poniendo voz de broma, pero hablando muy en serio. Claro, lo sé, pero ésto es otra cosa ¿entendés? Tengo que irme. Y me cortó. No, no entiendo, pensé yo, y me quedé mirando el celular como un idiota, hasta que empezó a sonar, y atendí, el mundo siguió girando y me olvidé de Brenda.
Pero sus evasiones se hacían cada vez más evidentes, nos veíamos nada más que cuando trabajá
bamos, y también ahí ella había cambiado, era fría y lejana, no me decía más SU fotógrafo, y casi nunca me llevaba en sus viajes. Y ya no nos divertíamos.
Sí, es cierto, yo me había transformado notablemente. Era pedante e insoportable, ya no dejaba lugar a lo espontáneo, todo era y debía ser como yo lo había planeado en mi cabeza, a veces era un poco agresivo y no podía vivir sin cocaína, pero en el fondo, ella sabía, yo seguía siendo el mismo. Además, el resto de las personas me adoraba. Todos menos ella, que un día vino y me dijo, como si nada, “Sebas, vos sabés que te quiero un toco, pero creo que ya no sos el tipo de fotógrafo que necesito, tus fotos son iguales a las de todos los otros fotógrafos y yo quiero un poco de frescura” después me dijo “Vos ya sos muy conocido en el ambiente, trabajo no te va a faltar, te re quiero Sebas, podemos seguir viéndonos como amigos, pero no quiero que hagamos mas trabajos juntos. No te enojes ¿si? Sos divino.”
¿Sos divino? Pensaba yo, ¿No te enojes? No, ¡que me voy a enojar! enojarme por qué. Esa trola de Brenda que mierda me importa, que me importa su culo perfecto y sus ojos negros, hermosos, que mierda me importan. Que me importa no verla más, que me importa que encuentre un día a otro fotógrafo y que haga el amor con su cámara y no con la mía, que me importa que no me llame. Me cago en Brenda, pensé yo, pero no era cierto. No era cierto porque ella era la única persona con la que me podía conectar, la única persona a la que me aferraba. Y no es que fuera quién sabe qué cosa, pero tenía esos ojos que hablaban solos... esos ojos enmarcados, y ese pelo, que ya no era rubio sino rojo, pero de un rojo intenso, y el color del pelo no cambiaba en nada a Brenda, lo impactante en ella eran las cejas y los ojos y el ondular de ese pelo sin importar de qué color fuera. Pero a mi me daba rabia que me deje, porque ese abandono ponía en evidencia mi cambio, que yo había ciertamente notado y no me gustaba, pero prefería ignorar. Sabía que era cierto lo que ella decía, que ya no tenía frescura en mis fotos, que ya no me importaba nada de la fotografía, que ya no la amaba, que sacaba las fotos como el panadero saca el pan del horno, muy lindas fotos, sí, era un buen panadero, pero nada mas. No tenía pasión, no tenía orgasmos.
Por eso decidí dejar la fotografía. Por eso vivía encerrado en mi super lujoso departamento, solo, no recibía a nadie. Por eso lo único que hacía todo el día era tomar merca y mirar mi Canon F1, que de años no usaba mas, la miraba para tratar de encontrar en ella el amor que perdí. El amor al arte que me transmitió mi viejo, y que a él le transmitió el suyo. El amor a Brenda que nunca le pude expresar, ni siquiera cuando se fue. El amor al linyera que tantos momentos de éxtasis me había dado. Pero no encontraba nada, solo vacío y ganas de que Brenda no se haya ido, de que me mire con esos ojos negros, de que me diga que le encantaba mi frescura, de que me toque con esas manos blancas y perfectas. Creo que ese fue el único momento en el que hubiera podido salvarme. Ese año de encierro, tratando de buscar algo que le diera sentido a mi vida, tratando de encontrar el objetivo. Ahora sé que es tarde. Un día, no sé por qué, atendí el celular que llamaba. Y hablé. Y salí. El mundo empezó a girar otra vez para mi, y volví a olvidarme de Brenda. Retomé mi estudio y mis fotos, y sigo mi vida de fotógrafo exitoso. Los jóvenes me envidian, las mujeres me aman, y yo no soy feliz, pero a quién le importa. Para salvar mi dignidad, regalé la Canon F1. Ella y Brenda eran las únicas testigos de que alguna vez fui mejor. Se la di a un pibe que encontré en un concurso, un pibe que recién empezaba con las fotos, que hacía fotos frescas, un pibe que me miraba incrédulo cuando le dije que era suya, que me dijo "no señor", "es suya señor", "una reliquia señor", "¿por qué a mi?", "no me conoce", "no nos conocemos". Pero no era cierto, porque él era el amor a la fotografía que yo había perdido, y me sentí bien cuando se la di.