Me bajé del colectivo y miré para atrás, instintivamente. Algo me decía que alguien me miraba. Y ahí estaba. Sentado contra una vidriera, todo sucio, con una lata de dulce de batata a sus pies, con un cartel que decía "soy povre, tengo cinco ijos y no tengo trabajo". Me miraba con ojos enajenados, me miraba con reproche. Lo primero que pensé fue "Que se cague. Todos tenemos problemas. Qué fácil es sentarse ahí a no hacer nada y esperar que los demás nos solucionen la vida". Iba a seguir caminando sin detenerme, pero sentí la rara necesidad de decirle lo que pensaba en la cara. Así que me dirigí a él con paso decidido y (dejándole una moneda en la latita) le dije eso que había pensado. Me siguió mirando (ni siquiera me agradeció la moneda) y cuando estaba por irme, me dijo con voz ronca "Cuándo el señor de camisa negra se baje del próximo 106 que pare, seguilo y fijate a dónde va". Hice el gesto como para responderle que estaba loco, pero no me salió la voz. "Qué locura", pensé, mientras miraba bajar al tipo del colectivo y me preparaba para seguirlo. No tenía más directivas que esa, no sabía si después tenía que volver a contarle, no sabía ni siquiera quién era el que me había dado la orden y menos aún sabía por qué la estaba obedeciendo. Pero como una autómata caminé por las calles de Buenos Aires, siguiendo al señor de camisa negra. Después de unos quince minutos, entró en un edificio. "¿Y ahora?", pensé. Me quedé un segundo parada, mirando la puerta cerrada, y estaba por empezar a caminar otra vez cuando el tipo de camisa negra salió. No sabía qué hacer, la ridiculez de la situación me superaba, pero era todo tan raro que la razón ya no contaba y por eso continué caminando atrás del tipo. No hizo nada que resultara "sospechoso". Fue (fuimos) al supermercado, al banco, a la farmacia, otra vez al primer edificio. Ahí terminaba mi espionaje, yo no podía entrar.
Después de un rato de esperar y al ver que el tipo no salía, me fui a mi casa.
Al día siguiente, la escena se repitió casi idéntica. Y al otro, y al otro. Nunca supe para qué seguía al tipo, el linyera nunca me preguntó a dónde iba ni qué hacía, pero mi tarea de espía había empezado a gustarme y ya organizaba mi día entorno a eso.
Me sentía en cierta manera "importante", aunque era bastante dudosa la "utilidad" de mi servicio. Nunca crucé más palabras con el linyera, nunca el señor de camisa negra hizo un itinerario diverso.
Después de varios meses de este raro e inútil espionaje, un día me bajé del colectivo y no vi al linyera. Me quedé esperando un rato y del 106 vi bajarse al señor de camisa negra. Por costumbre, por obligación o por inercia, lo seguí una vez más. Pero esta vez cambiamos de recorrido. Habremos caminado al menos una hora y media, cuando veo que el señor de camisa negra gira la cabeza en varias direcciones y, al final, entra en un zaguán. Esta vez me pareció que tenía que seguirlo también ahí, que debía traspasar ese límite de las puertas que el otro atravesaba. Tomé un poco de aire y entré.
Del zaguán se entraba a un patio, un patio viejo, de los de antes, con piso de ladrillos rotos y gastados y macetas con malvones anaranjados. Atravesando el patio había una puerta de madera pintada de azul, que seguramente había conocido mejores épocas que ésta, pero así y todo era graciosa en su ultrajada elegancia.
Supuse que el señor de camisa negra estaría ahí, porque no había otra puerta y, a no ser que tuviera la capacidad de volar o la de volverse invisible, no había salido por la puerta del zaguán que yo acababa de atravesar. Así es que volví a tomar aire y entré en un saloncito, empujando suavemente la puerta azul.
Atónita, mire como un grupo de personas me miraba sonriendo y aplaudía. Otro grupo de personas, tan atónitas como yo (entre ellas estaba el señor de camisa negra), miraba a los que aplaudían y a mí, alternadamente, y hacían gestos raros con la boca y se notaba que estaban nerviosos. Cuando los que aplaudían se calmaron un poco vimos aparecer de atrás de un biombo al linyera que, sonriendo, miraba a los que aplaudían y nos señalaba a nosotros con gesto complacido. "Nosotros" seríamos unos cuarenta, tal vez más. Los que aplaudían, diez o quince.
El linyera hizo un breve discursito explicando que "nosotros" éramos las ratas de laboratorio para un experimento que se había propuesto hacer para no sé que cátedra de no sé cual facultad, por lo que supuse que los que aplaudían serían sus estudiantes. Así supimos que, en realidad, éramos cuarenta personas (o más) que nos seguíamos entre nosotros, sin saber por qué. Yo seguía al de camisa negra, que a su vez seguía a la señora vieja, que a su vez seguía al chico de anteojos, que a su vez seguía a la pareja de estudiantes, y así. A mí me seguía una mujer de unos cincuenta años y debo decir que cuando la vi entrar al saloncito (unos cinco minutos más tarde que yo) tuve la vaga sensación de haberla visto antes, pero solo eso, una vaga sensación.
Me sentía indignada y humillada, estafada en mi buena fe por el falso linyera de mierda que ahora se regodeaba frente a sus estudiantes y les explicaba los pormenores del experimento y los porqués de la mente humana. Iba a preguntarle cómo nos había elegido, qué cualidades había buscado en nosotros, pero el linyera cerró su discurso con una frase que no dejó ninguna duda. Con tono airoso y un poco pedante y soberbio dijo: "Y todo esto, mis estimados alumnos, demuestra una vez más que el ser humano es, ante todo, estúpido".
Me fui porque ya no quise escuchar los aplausos de los que aplaudían. En la calle vi al señor de camisa negra que iba cabizbajo y triste, casi tanto como yo. Por un momento tuve la tentación de volver a seguirlo, pero supe que sería una persecución vana. Así que me volví caminando a casa, desandando el camino que había hecho "acompañada" de tanta gente que, como yo, tal vez se sentía útil e importante, pero esta vez con la certeza absoluta de que mi estupidez, y la de los otros, no tenía límites.
Sunday, June 24, 2007
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18 comments:
Es tan difícil luchar contra la estupidez humana. Igualmente el que esté libre de haber cometido estupideces en su vida, que arroje la primera piedra.
Y a su vez, quien no se sintió alguna vez, o nos hicieron sentir como una rata de laboratorio ??
Muy buen relato. :D
Excelente, borgeana y escurridiza historia. A ver para cuando el libro con el compiladito, no, Ro?
Buenisimo Eva, un final inesperado (por lo menos por mi)...que me hace quedar como parte de TU macabro experimento, que incluyo dejarnos MESES experando un cuento nuevo...
hablando de colectivos, hizo como los colectivos: tardan y después vienen varios juntos
estuvo un siglo sin escribir y ahora manda este choclazo
no es justo
bueno, mañana lo imprimo en el laburo y lo leo
Ro, al fin nena!!! (oooops! acabás de decirme que te presionamos! jajaja)
Debo decir que me gustó y que, coincidiendo con Eric, más de una vez me he sentido así de observada... cosa que te hace pensar mucho (o perseguirte mucho)
Besos
a mí me gustó el relato, me gustó mucho... lo único que diría a juanturrito es que no me parece borgeano, por lo menos de acuerdo a lo poco que leí de borges... en cambio, me remite a algunos relatos de cortázar, que de chico me gustaba mucho
muy buena la elección de la línea del colectivo, el 106, que termina a la vuelta de mi casa!!!
Siii a mi también me hizo acordar mucho a Cortázar.
O será que hace demasiado poco que leí Bestiario.
Buenisimo, Ro.
(aunque yo no tengo mucho criterio para decir esto, tomalo como un halago nomás)
eso mismo flor, será porque somos muy bestias
Bueno, a mi me gustó un poquito nomás. Ni mucho ni bastante, un poquito. Y explico por qué: cuando entró la mina a la casa de la puerta azul y todos aplaudían, ya me imaginé algo similar a lo que sucede al final. Y el hecho de que fuera una cátedra de la facultad el movil del ciruja, le sacó en mi opinión el misticismo que hasta ese momento tenía la historia. Creo que en definitiva es eso, me desilusionó un poco que una historia misteriosa terminara con algo tan "real" o "simple" por decirlo de alguna manera.
vos callate
No quiero, mejor callate vos
Ro: me encantó.
No estoy para nada de acuerdo con vos Fer, perdon, pero me parece genial que todo el misticismo culmine en algo real, tan tangible como una cátedra de facultad...y no se, quisás yo seré tonta, o será que cuando leo no me gusta conjeturar los finales y me dejo llevar por el relato, pero para mi el final no era previsible, al contrario!
Hacia mucho que no pasaba por aca, pero que linda sorpresa me lleve hoy, justo cuando necesitaba leer algo un poco más entretenido de lo que me vine comiendo en este finde pedorro...
Besos Ro!!
ahí te la re pusieron vepecito
No, para nada. Lalala... lalala...
La historia es excelente
En este blog se cambian los papeles Horacio, acá al que todos le llevan la contra es a mí!!! =P
sí vepecito, igual ya el cuento ni me lo acuerdo y me da fiaca leerlo de nuevo
pero me acuerdo que nombraba al 106, así que estoy a favor
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